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Fotorreportaje Vecinos de Mundo

Crónica de un revelador viaje a Estados Unidos

Aquí comenzó y terminó todo. En esta misma calle. El lugar pasaba a un segundo plano. Las personas cobran todo el protagonismo. Una colección de 900 fotografías sobre edificios nunca podrán contar lo que una mirada o un gesto. Así que, entre la multitud salí a buscarlos, a nuestros vecinos de mundo.

Fotorreportaje: Galería de fotos

Cruzas el océano con ganas de encontrar algo realmente diferente. Y lo logras. Nunca imaginaste así la parada de metro que conecta Harvard con el centro de Boston. Quizá con algún universitario más, por lo menos. Pero no. Todo te sorprende, nada es como lo habías imaginado. En la vida, en general, y en bocana de la estación de metro de Harvard en particular.

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Y, de repente, te sientes como un Beatle paseando por una de las ciudades de Norteamérica. Todo te sorprende. Nada es igual que en casa, excepto una cosa. El taciturno y nublado cielo ya lo conoces. Lo has visto en multitud de ocasiones. Sobre esa raya blanca pintada en el suelo, a más de 10.000 km de tu ciudad, te das cuenta que ese techo es también el de tu casa. Somos vecinos de techo. De mundo.

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Comienzas a mirar todo como nuestro, más que como de ellos, porque al fin y al cabo, aquello que sucede en el mundo nos sucede a todos. Miras los nombres de los soldados caídos por la libertad de una nación, de un continente, de un planeta, y ya no son sus caídos, son también, en parte, los nuestros. El mármol está igual de frío en todas partes siempre que lleve grabado el nombre de una persona asesinada.

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En los puntos de mayor concentración de turistas comprendes que, si de repente ocurriera alguna desgracia, si la alerta terrorista bajo la que vivimos se pusieran en marcha;, los valientes soldados que custodian el recinto darían la vida por ti, porque estando a 10.000 kilómetros de casa, estás bajo el mismo techo. Un claro y azul techo, aquel día. Como el hemos visto y conocido en múltiples ocasiones en casa.

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Paseas y observas como los que más sufrieron, no hace tanto y no mucho más allá de esa calle, han sabido perdonar. Lejos de mantener un rencor injustificado, se dedican a alegrar el día a todos los que por allí pasan. No hacen culpable de lo ocurrido hace medio siglo a los jóvenes que por allí pasean. Han entendido la reconciliación. Somos vecinos de cielo, cómo no vamos a llevarnos bien.

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Muchos de ellos, de los que tanto sufrieron en un injusto pasado, dedican su tiempo a rememorar a las víctimas del trágico 11 de septiembre. El tiempo es oro, y contribuyen con lo que pueden a la memoria de aquellos a los que, sin merecerlo un ápice, les arrebataron la vida de forma caprichosa. No solo han perdonado, sino que son los primeros que reclaman el apoyo y el compromiso para honrar a sus iguales.

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Observas como, tan lejos de casa, también aprovechan la oscuridad del techo para trabajar duro. No importa lo largo que haya sido el día. Hay que continuar. La dedicación y el esfuerzo siempre tienen su recompensa. Es una fría noche en Cambridge, pero debes seguir entrenando para mantener la beca deportiva que te ha permitido estudiar en Harvard. El esfuerzo -como ese oscuro techo- es universal.

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Pasan los días y empiezas a distinguir más puntos en común con nuestra procedencia. De un simple vistazo reconoces un coche, un semáforo y una muestra de la verdadera historia de EEUU. A su derecha, el obelisco de Washington. Recuerdas que en casa también tenemos verdaderos vestigios históricos que nos hacen saber de dónde venimos y cómo somos. Los solemos llamar abuelos.

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Todo termina donde y como empezó. Alguien, señalando al frente nos comentó, “cuando el sueño americano sale bien, sale muy bien. Cuando sale mal, sale fatal”. ¿Americano? Volvían las dudas. Volvían los nosotros y los ellos. Se desmoronaba ese techo común. Volvemos a ser distintos. Será, entonces, que a mucha gente de mi ‘casa’, que comparte mi cielo, le fue mal el sueño americano

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